Canadá acude este lunes a las urnas para renovar el Parlamento federal, en plena guerra comercial y de soberanía con Estados Unidos. Lo que en otras circunstancias habría sido un proceso puramente de trámite, en las antípodas del espectáculo mediático que son en el país vecino, ha concitado el interés de miles de medios de comunicación del mundo entero porque de las urnas saldrá una imagen muy aproximada de cómo será la pelea con el presidente Donald Trump. El estadounidense no solo ha castigado con aranceles a su vecino, sino que también amenaza con convertirlo en el Estado número 51 de Estados Unidos. Por eso las elecciones tienen un aire de refundación nacional, pero también de preparación de la trinchera.
Trump no ha desaprovechado la jornada electoral para burlarse de nuevo de Canadá, reiterando sus amenazas de anexión. En un mensaje en su plataforma Truth Social, el presidente de EE UU ha deseado suerte “al gran pueblo de Canadá” y sugerido a los canadienses que voten por él. “Elijan al hombre que tiene la fuerza y la sabiduría para reducir sus impuestos a la mitad, aumentar su poder militar, de forma gratuita, al nivel más alto del Mundo; hacer que su Automóvil, Acero, Aluminio, Madera, Energía, y todos los demás negocios, se CUADRUPLIQUEN en tamaño, CON CERO ARANCELES O IMPUESTOS, si Canadá se convierte en el apreciado 51º Estado de los Estados Unidos de América”.
Sin contar con esta última provocación, las circunstancias especiales que rodean el proceso han exacerbado la participación y las expectativas de los partidos. En los cuatro días de votación anticipada que discurrieron entre el Viernes Santo y el Lunes de Pascua, votaron 7,3 millones de personas, una cuarta parte del censo y un 25% más que en los comicios de 2021. Pero la sombra de Trump ha obrado, sobre todo, un reajuste de las expectativas partidistas. Los conservadores, que durante meses lideraron los sondeos de opinión de voto con 25 puntos de ventaja sobre los liberales de Mark Carney, el primer ministro que en enero sustituyó a Justin Trudeau, han visto como su ventaja se esfumaba por las amenazas de Trump, su modelo político.
Los liberales, quemados por una década de malos resultados económicos y peleas internas, se ven ahora ya en el Gobierno, con un pronóstico de 187 escaños —la mayoría absoluta está en 172—, seguidos por conservadores (125), el soberanista Bloque Quebequés (23) y el socialdemócrata Nuevo Partido Democrático (NDP, en sus siglas inglesas), con siete. El Partido Verde sacaría un escaño, según el agregador de sondeos 338, en una valoración publicada este sábado.
Por encima del ruido que Trump acostumbra hacer, y que ha puesto a Canadá en pie de guerra —o de frente de resistencia como mínimo—, los programas de los diferentes partidos han tenido dificultad para hacerse oír: se trata, para votantes de todo el espectro político, de votar al candidato más firme para oponerse a Trump. De ahí que Pierre Poilievre, el líder conservador que ha visto esfumarse un triunfo casi seguro, haya pescado en los últimos días en el banco del voto joven, más desalentado por la falta de oportunidades y el coste de la vida, mientras Carney ha sabido granjearse el voto de la población adulta más asentada.
El trasvase de votos del resto de partidos a Carney por temor a que Trump cumpla sus amenazas explica la revolución copernicana de las encuestas en solo un mes de campaña: se ha impuesto el voto útil. Mike, un arquitecto de mediana edad que ha votado tradicionalmente a los socialdemócratas del NDP, ha confiado esta vez en Carney. “En este país ha habido elecciones históricas, pero ninguna tan definitoria como esta. Se trata de replantearnos el país que somos y qué lugar ocupamos en el mundo. Dependíamos demasiado de EE UU, vivíamos a su sombra, y ahora nos damos cuenta de que no se puede confiar en ellos. Tenemos que mirar hacia Europa, hacia Asia”, decía a mediodía tras votar en una pequeña iglesia presbiteriana del centro de Ottawa. “El mío no es un voto útil, sino convencido. El único líder fuerte capaz de responder a la amenaza existencial que se cierne sobre Canadá es Carney”, añadía, asegurando que ha antepuesto la cuestión nacional a otras prioridades como la economía: “Somos un país con grandísimos recursos y gente muy formada, superaremos los baches económicos, sin duda. Pero lo primero es estar unidos y mostrar fortaleza” frente a EE UU.
Mohem, un joven de origen árabe que vota en el Ayuntamiento, en pleno centro de Ottawa, no quiere revelar el contenido de su voto, pero sí qué le ha movido a acudir a las urnas: “Votar en estas elecciones es una cuestión de seguridad nacional, tenemos que demostrar que no vamos a achantarnos ante las amenazas. Cualquier elección importa, pero estas lo hacen más que nunca para definir nuestra resistencia”.
Aunque el objetivo declarado de todos, incluidos los conservadores, un partido a imagen y semejanza de Trump, es frenar al presidente de EE UU, el clamor de los canadienses de una mejora en sus condiciones de vida tras la inflación galopante que siguió a la pandemia ha modulado también los programas de los candidatos. Aunque hay similitudes entre algunas propuestas de liberales y conservadores, también hay profundas diferencias en varios temas, entre ellos la respuesta a las amenazas de Donald Trump.
Ambos prometen eliminar el IVA en la compra de una primera vivienda cuyo valor sea inferior a un millón de dólares aproximadamente, y bajar los impuestos a la clase media, la más golpeada por la crisis. En política energética, proponen una ventanilla única para agilizar el estudio y la aprobación de grandes proyectos. Carney promete un plazo de dos años, mientras que Poilievre quiere que las decisiones se tomen en seis meses. Los dos también coinciden en que Canadá debe producir más petróleo, en respuesta a las amenazas arancelarias de Trump. El líder liberal y el líder conservador también están de acuerdo en la conveniencia de devolver a determinados solicitantes de asilo a EE UU en virtud del llamado Acuerdo sobre la Seguridad de los Terceros Países.
Ahí acaban las analogías. La oposición a la guerra arancelaria de Trump vehicula el programa liberal, mientras que los conservadores se oponen, como Trump, a todo lo que suene a woke y a seguir destinando dinero a la ayuda internacional y a “agencias internacionales hostiles como la UNRWA”, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos. En cuestiones de seguridad y lucha contra la delincuencia, se hace patente la firmeza de los conservadores, al proponer permitir a los jueces que condenen a delincuentes reincidentes a penas de prisión consecutivas, sin posibilidad de libertad condicional o fianza. También quieren imponer cadenas perpetuas a los traficantes de fentanilo —el narcotráfico en el origen del castigo de Trump a Canadá y México— y dar a la policía mayores poderes para desmantelar campamentos en espacios públicos. En el programa conservador no hay una sola mención a la comunidad LGTBI.
En cuanto a la lucha contra el cambio climático, los conservadores están radicalmente en contra y los liberales proponen una solución de compromiso que no satisface a los expertos: potenciar a la vez la producción de petróleo de bajo impacto, bajo coste y bajas emisiones de carbono y, a la vez, el almacenamiento de carbono. La amenaza de EE UU, el país al que van tres cuartas partes de la producción de crudo de Canadá, ha hecho a los liberales replantearse sus políticas más verdes: en su corto mandato como primer ministro, Carney ha eliminado la impopular tasa sobre el carbono, una reivindicación clásica de los conservadores y que estos le acusan de haberse apropiado.
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