Las secuelas económicas, laborales y sociales de la crisis financiera de 2008 siguen todavía presentes y se han visto agravadas y acentuadas por la crisis provocada por la pandemia de la Covid-19.
A los ya conocidos retos medioambientales (cambio climático, pérdida de biodiversidad, contaminación del aire, acceso al agua), se han unido otros, principalmente de carácter socio económico, como:
Durante las últimas décadas, las empresas han tratado de dar respuesta a estas necesidades a través de sus departamentos de Responsabilidad Social Corporativa. Un área normalmente ajena al corazón del negocio, que funciona como la cara amable de la empresa, mediante la colaboración con ONG o la realización de actividades con las comunidades.
Poco a poco las empresas han ido superando este enfoque y ahora son capaces de reconocer su papel como agentes de desarrollo económico, social y medioambiental, y de asumir un rol protagonista en esta adaptación de la economía. Ahora buscan aprovechar su capacidad de impacto y escalabilidad para transformar y mejorar las comunidades y los ecosistemas en los que operan.
El contexto global y el ecosistema empresarial están cambiando y evolucionando a gran velocidad. Esto se debe a la influencia de los consumidores, cada vez más conscientes del poder que le otorgan sus decisiones de compra, y de los inversores, que apuestan cada vez más por empresas que se rigen por criterios sostenibles y sociales.
Al poder que ejercen consumidores e inversores se ha unido una ola regulatoria que busca redefinir las reglas de un nuevo modelo económico. Por citar solo una de las normas de mayor repercusión en este ámbito, el 29 de diciembre de 2018 se publicó en el BOE la ley en materia de información no financiera y diversidaden España.
Dicha normativa obliga a las empresas de más de 500 empleados a incluir en su memoria de actividades información sobre sus actuaciones en:
El sector empresarial es cada vez más consciente de su rol de agente de cambio respecto a estas problemáticas, y de cómo debe abordarlas a través de su cadena de valor. Es decir, desde las capacidades de sus empleados, el desarrollo de sus negocios, la interacción con sus clientes y proveedores, las políticas de inversión o su propia acción en la comunidad.
Las empresas se están dando cuenta de que tener un propósito claro inspira confianza tanto a los líderes como a los diferentes grupos de interés. Además, puede generar una ventaja competitiva en momentos de cambio e incertidumbre, al tiempo que les permite afrontar los nuevos desafíos económicos, sociales y medioambientales.
El modelo ESG (Environmental, Social, Governance; ambiental, social y de buen gobierno) ofrece un estándar de referencia para que las organizaciones empresariales reenfoquen sus estrategias, identificando, midiendo e informando de sus impactos en estos aspectos.
La consultora Standard&Poors publicó recientemente los datos de ESG de más de 9 000 empresas a nivel mundial. Hasta ahora, la aplicación de este modelo se había limitado a la divulgación e información de los impactos, sin ofrecer una respuesta integral sobre estos temas.
La empresa ha intervenido, en mayor o menor medida, en los tres planos básicos, económico, social y medioambiental, desarrollados por J. Elkington en 1994 en su modelo de triple resultado:
A mediados del siglo XX empezó a forjarse el concepto de sostenibilidad y su relación con el ecosistema empresarial. El economista Ludwig von Mises ya concibió a la naturaleza como un factor de producción finito y destructible en su obra de Accion humana, un tratado de economia (1949), superando así el modelo enunciado en el siglo XIX por David Ricardo, según el cual los recursos naturales eran inagotables.
La Cátedra de Impacto Social de la Universidad Pontificia Comillas ha presentado en estos días un cuaderno de trabajo, primero de una colección sobre el modelo ESG. Siguiendo un listado no exhaustivo de buenas prácticas, se ilustran diferentes maneras de transformar las actividades y los procesos empresariales para integrar los factores ESG a lo largo de las cadenas de valor.
En este sentido planteamos un nuevo modelo económico en el que el propósito social y medioambiental se integren en la estrategia corporativa de las compañías, desarrollando el concepto de valor compartido planteado por Porter y Kramer en 2011, y por Serafeim en 2020.
No se trata de apostar por la RSC tradicional, sino de asumir un comportamiento que, aunque animado por el interés propio en la creación de valor económico, también cree valor para la sociedad. Las oportunidades que ofrece este nuevo paradigma, centrado en el desarrollo sostenible de la economía y de los negocios, puede resultar atractivo y rentable para las compañías:
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